XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario – JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

22 de Noviembre del 2015

“Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”

I. La Palabra de Dios

Dan 7, 13-14: “Su dominio es eterno y no pasa”

Yo Daniel, tuve una visión nocturna: vi venir en las nubes del cielo alguien semejante a un Hijo de hombre, que se acercó al Anciano y se presentó ante él.

Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasará y su reino no tendrá fin.

Sal 92, 1-2.5: “El Señor reina sobre toda la tierra”

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder.

Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno.

Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término.

Ap 1, 5-8: “Él ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre.”

Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muer¬tos, el príncipe de los reyes de la tierra.

Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre.

A Él la gloria y el poder por los siglos. Amén.

Miren: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén.

Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso».

Jn 18, 33-37: “Soy rey, más mi Reino no es de este mundo.”

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús:

— «¿Eres tú el rey de los judíos?»

Jesús le contestó:

— «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»

Pilato replicó:

— «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»

Jesús le contestó:

— «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

Pilato le dijo:

— «Con que, ¿tú eres rey?»

Jesús le contestó:

— «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

II. APUNTES

En la primera lectura el profeta Daniel en unas visiones ve venir como un «Hijo de hombre» entre las nubes del cielo. Con este título parece designar a un hombre que supera misteriosamente la condición humana. Es a Él a quien Dios le da el imperio sobre todos los pueblos. Su imperio nunca pasará, será eterno, estable. No será destruido jamás.

El Señor Jesús es aquel misterioso «Hijo de hombre» vislumbrado por el profeta. Él se aplica a sí mismo aquel título (ver Mt 20, 28; 25, 31; Mc 2, 10.28; 8, 31; 9, 9-31; 10, 34; Jn 3, 13; 6, 53; 8, 28). Él es aquel que llegado el momento vendrá «en las nubes», el «Príncipe de los reyes de la tierra», a quien le está reservado aquel dominio eterno, «la gloria y el poder por los siglos» (2ª. lectura).

Mas su imperio no es de este mundo, ni de este siglo. En el tiempo presente su reinado ya ha comenzado, mas espera aún su plena realización: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria» (Mt 25, 31). Ante el cuestionamiento insistente de Pilato, el Señor afirma que Él en efecto es rey, pero también añade inmediatamente: «mi reino no es de este mundo». Se equivocaban aquellos que esperaban de Él un liderazgo nacionalista e intramundano. Él es rey, pero su reinado no consiste en un dominio que se impone a la fuerza. No será el suyo un gobierno político.

El verdadero sentido de su realeza se manifiesta desde lo alto de la Cruz. El reinado que ejerce el Señor Jesús es un servicio al hombre. Para Jesús reinar es servir, dar la vida, establecer el amor como principio y fundamento de su gobierno.

Su reinado es además un servicio de la Verdad: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la Verdad». El ser humano necesita de esta verdad para realizarse él mismo como persona humana, necesita conocer y comprender la verdad sobre Dios y sobre sí mismo para llegar a ser lo que está llamado a ser, para llevar a su perfección el hermoso proyecto divino que es él mismo, para realizar en su existencia su llamado a la grandeza, al infinito, a la plenitud y felicidad. Y ésa es la verdad que el Señor Jesús ha venido a revelarle a todo aquel que quiera escuchar su voz: la verdad sobre sí mismo, sobre su origen, sobre el sentido de su existencia, sobre la grandeza de su vida y vocación, sobre su destino definitivo.

¿Por qué era necesario que viniese el Hijo de Dios para ser testigo de la verdad? Porque tal verdad estaba oculta a su criatura humana como consecuencia del pecado. No cualquier verdad, sino la verdad que Él revela es la que hace verdaderamente libre a quien la acoge: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 31-32). Todo aquel que mediante el recto ejercicio de su libertad “escucha su voz” y acoge la verdad revelada por el Señor, «es de la verdad» y pasa a formar ya parte de su reino.

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, es una fiesta litúrgica instituida por el Papa Pío XI, el año 1925. Eran los tiempos posteriores a la llamada primera guerra mundial (1914-1918).

En su encíclica Quas primas, en la que decretó la celebración de esta fiesta, el Sumo Pontífice juzgaba que el rechazo del señorío de Cristo y de su Evangelio en la propia vida y costumbres, en la vida familiar y social, era la causa última de tantas calamidades que afligían al género humano. Siguiendo en la línea de su predecesor el Papa San Pío X, cuyo lema pontificio había sido “instaurarlo todo en Cristo”, el deseo del Papa Pío XI era que el Señor Jesús volviese a tener la primacía en los corazones, familias y sociedades de todo el mundo. He allí la razón y el sentido por el que instituyó esta fiesta.

Conocida esta intención del Papa Pío XI, podemos preguntarnos ahora: ¿se ha progresado en este objetivo? ¿Están nuestras sociedades y nuestras familias más cristianizadas que hace unas décadas? Con tristeza debemos admitir que, al contrario, Cristo ha sido cada vez más rechazado en las naciones de antiguo cuño católico y relegado en millones de hogares católicos. Es la dolorosa realidad.

Ante esta realidad, la fiesta de “Cristo Rey” sigue llamándonos hoy como ayer a trabajar por poner al Señor Jesús en el centro de nuestras familias y sociedades. Y ya que todo cambio en la familia o sociedad necesariamente pasa por el tema de mi propia conversión, debo preguntarme: ¿Reina Cristo verdaderamente en mí? ¿Se refleja ese reinado del Señor en mi vida, en mi modo de pensar y actuar? ¿O soy de aquellos católicos bautizados que no practican su fe y se acuerdan de Dios sólo cuando lo necesitan?

Consideremos las palabras del Señor, quien afirma de sí mismo: «Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18, 37), y preguntémonos sinceramente, humildemente: ¿soy yo “de la Verdad”, es decir, escucho las palabras de Cristo, las atesoro y guardo en mi memoria y corazón, y vivo de acuerdo a la Verdad que Él me enseña? ¿Se refleja esto en mi vida cotidiana? ¿Procuro obrar de acuerdo a lo que Él me enseña en el Evangelio? ¿Obedezco a las enseñanzas de Cristo y de su Iglesia? ¿O escucho antes las seducciones del mal, haciéndome eco de las consignas anticatólicas y anticristianas de un mundo cada día más descristianizado y enemigo de la Cruz (ver Flp 3, 18)? ¿Quién ‘reina’ en mi corazón en el día a día?

Recordemos las palabras del Apóstol Pablo: «¡No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias!» (Rom 6, 12). ¡Que en cambio reine el Señor en nuestros corazones! ¡Vivamos según la verdad que Cristo nos ha revelado! ¡Pongamos por obra sus palabras! ¡Hagamos lo que Él nos dice! Y así, perteneciéndole totalmente a Él, con la fuerza de su gracia y de su amor, luchemos y trabajemos infatigablemente por instaurarlo todo en Cristo, bajo la guía de Santa María.

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Agustín: «“Jesús se dio cuenta de que pretendían proclamarlo rey. Entonces se retiró de nuevo a la montaña, Él solo” (Jn 6, 15). ¿Por qué hacerle rey? ¿No era rey, Él que se dio cuenta de que le querían hacer rey? Sí, era rey. Pero no un rey como los hacen los hombres. Era un rey que da el poder a los hombres para reinar. Quizá Jesús nos quiere dar aquí una lección, Él que suele convertir sus acciones en enseñanzas… Tal vez este “pretender proclamarlo rey” era adelantar el momento de su reino. En efecto, Jesús no había venido para reinar en este momento, lo hará en el momento que nosotros invocamos al decir: “que venga a nosotros tu reino”. Como Hijo de Dios, como Verbo de Dios, el Verbo por quien todo fue hecho, reina siempre con el Padre. Pero los profetas anunciaron también su reino como Cristo hecho hombre que reúne a sus fieles. Habrá, pues, un reino de cristianos, el reino que está establecido actualmente, que se prepara, que ha sido comprado con la sangre de Cristo. Más tarde este reino se manifestará, cuando resplandecerá en sus santos, después del juicio pronunciado por Cristo».

San Cipriano: «Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en Él, puede ser también el Reino de Dios porque en Él reinaremos».

San Agustín: «¡Curémonos, hermanos, corrijámonos! El Señor va a venir. Como no se manifiesta todavía, la gente se burla de Él. Con todo, no va a tardar y entonces no será ya tiempo de burlarse. Hermanos, ¡corrijámonos! Llegará un tiempo mejor, aunque no para los que se comportan mal. El mundo envejece, vuelve hacia la decrepitud. Y nosotros, ¿nos volvemos jóvenes? ¿Qué esperamos, entonces? Hermanos ¡no esperemos otros tiempos mejores sino el tiempo que nos anuncia el Evangelio. No será malo porque Cristo viene. Si nos parecen tiempos difíciles de pasar, Cristo viene en nuestra ayuda y nos conforta».

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

«Jesús, el rey esperado por Israel»

439: Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico «hijo de David» prometido por Dios a Israel. Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho, pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana, esencialmente política.

440: Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre. Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad trascendente del Hijo del Hombre «que ha bajado del cielo» (Jn 3, 13), a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz. Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hech 2, 36).

«El reinado de Cristo ya se ha inaugurado, y no tendrá fin»

664: Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dan 7, 14). A partir de este momento, los Apóstoles se convirtieron en los testigos del «Reino que no tendrá fin».

«Al Señor Jesús le ha sido dado todo dominio y potestad»

447: [Jesús] Es SEÑOR en este sentido [divino] porque tiene «dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado».

449:Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo…

450:«No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hech 4, 12), sino el nombre de JESÚS.

VI. TEXTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SODÁLITE

El camino a seguir es justamente el «buscar el Reino de Dios», es decir, esforzarnos por cumplir el Plan de Dios, viviendo en su presencia, permitiendo que Dios se haga presente en nuestra vida, y en la vida de instaurar el Evangelio en el mundo, transformando las realidades humanas según el Plan de Dios. Aunque también sabemos que la Iglesia es el germen de todo ello, somos conscientes de que no se realizará de manera definitiva en este mundo.
¿Y el resto de cosas? ¿Hemos de vivir despreocupados del dinero, de las cosas materiales? La instrucción del Señor nos invita a crecer en confianza en Dios y, a la vez, en una sana desconfianza de nosotros mismos, ya que Dios provee lo necesario a aquellos que se esfuerzan por buscarlo. Claro está que tenemos de poner de nuestra parte, ya que eso espera de nosotros. (Camino hacia Dios #176)

Esta visión al futuro implica en primer lugar la conciencia de que Cristo ya venció por nosotros y que por tanto el mal y el sufrimiento que vemos en el mundo o que experimentamos en la propia vida no tienen la última palabra. Se trata de recordar una y otra vez que en este mundo somos peregrinos, viadores, y que nuestro destino es eterno. Hemos sido hechos para la gloria en la comunión plena de amor, esa es nuestra vocación y frente a su realización plena en el cielo cualquier sufrimiento resulta soportable porque como dice San Pablo: «los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rom 8,18). (Camino hacia Dios # 156)

APUNTES

PADRES DE LA IGLESIA