EPIFANÍA DEL SEÑOR

03 de enero, 2021
Venimos de Oriente para adorar al Rey

I. LA PALABRA DE DIOS

Is 60,1-6: «La gloria del Señor amanece sobre ti»

¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.

Levanta la vista en torno, mira: todos se han reunido, vienen hacia ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos. Al ver esto, te pondrás radiante de alegría; palpitará y se emocionará tu corazón, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.

Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.

Sal 71,1-2.7-8.10-13: «Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra»

Dios mío, confía tu juicio al rey,
justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que en sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
que domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra.

Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo.
Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones;
que se postren ante él todos los reyes,
y que todos los pueblos le sirvan.

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres.

Ef 3,2-3.5-6: «Ahora ha sido revelado que también los paganos son coherederos»

Hermanos:

Seguramente han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado a favor de ustedes.

Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus apóstoles y profe­tas: que también los otros pueblos comparten la misma heren­cia, son miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por medio del Evangelio.

Mt 2,1-12: «Vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron»

Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusa­lén preguntando:

— «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron:

— «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de Judea,
no eres ni mucho menos la última
de las ciudades de Judea,
pues de ti saldrá un jefe
que será el pastor de mi pueblo Israel”».

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:

— «Vayan y averigüen cuidadosamente acerca del niño y, cuan­do lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo».

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pron­to la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño.

Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo sido advertidos en sueños, para que no volvieran adonde estaba Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

APUNTES

Epifanía se traduce literalmente por “manifestación”. En el griego profano epifaneia y los términos afines significaban, en su sentido religioso, la aparición inesperada, pero bienhechora, de una divinidad que traía consigo la salud para el pueblo. Los cristianos lo aplicaron a la manifestación o “aparición teofánica” de Dios y su presentación ante el mundo como un rey-salvador. El modo de esta manifestación fue por la encarnación y nacimiento del Verbo divino. En Cristo, Dios se ha manifestado al mundo entero, por Él ha traído la reconciliación y salvación a todos los seres humanos.

Las lecturas de este Domingo nos muestran que desde el Oriente hasta el Occidente (Sal 49,1-2) resplandece una gran luz que anuncia el nacimiento de un Rey: «de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel» (Num 24,17). Esta luz brilla sobre Israel, pero su resplandor alcanza al orbe entero (1ª. lectura: Is 60,1-6). Su brillo es un silencioso pero potente pregón que anuncia la salvación que Dios traerá no sólo a su pueblo elegido, sino también a todos los pueblos de la tierra. En efecto, esta salvación, esta luz que manifiesta la gloria de Dios y disipa la oscuridad que cubre la tierra como espesa nube, tiene un carácter universal, se abre a todos los pueblos, a todas las culturas y a todas las naciones del mundo. Nadie quedará excluido de esta salvación.

Isaías anuncia con júbilo que el brillo de esta estrella reunirá a los hijos de Israel, atraerá a muchos, las naciones caminarán a su luz y los reyes al resplandor de su alborada. Son atraídos por esta luz a la presencia de aquel cuyo nacimiento anuncia: «las riquezas de las naciones vendrán a ti». Junto con estas riquezas y regalos, oro e incienso, traen sus alabanzas a Dios.

El antiguo y sugestivo oráculo de Isaías encuentra su realización en la estrella que brilló sobre Belén (Evangelio), anunciando el nacimiento del Rey-Salvador, del Reconciliador del mundo. Al ver aquel signo luminoso en el cielo, dice el evangelista, unos “Magos” de Oriente se pusieron en marcha cargados de regalos para ofrecerlos a este Rey. Obedece a la profecía de Isaías el hecho de que la tradición considere que los magos venidos de Oriente eran tres reyes.

Por “magos” no hay que pensar en hombres que se dedican a la magia o a la prestidigitación. “Mago” era el nombre dado por los orientales a los hombres sabios de su tiempo, físicos, astrólogos, maestros, sacerdotes o también videntes. Un pequeño grupo de estos sabios orientales reconoce en la aparición de una gran estrella en el cielo el signo del nacimiento «del rey de los judíos». Pero entienden ellos que no se trata de un rey cualquiera, pues en el antiguo Oriente la estrella era el signo que anunciaba el nacimiento de un rey divinizado. De allí se entiende que decidan acudir de tan lejos “para adorarlo”.

Los Magos representan a los pueblos de toda la tierra que, a la luz de la Navidad del Señor, avanzan por el camino que lleva a Jesús y constituyen, en cierto sentido, los primeros destinatarios de la salvación inaugurada por el nacimiento del Salvador y llevada a plenitud en el misterio pascual de su muerte y resurrección.

Al llegar a Belén, los Magos adoran al divino Niño y le ofrecen dones simbólicos, convirtiéndose en precursores de los pueblos y de las naciones que, a lo largo de los siglos, no cesan de buscar y encontrar a Cristo para adorarlo también ellos.

Será por medio de los apóstoles que la reconciliación y salvación anunciada por el brillo de aquella singular estrella y traída por el Niño Jesús sea llevada hasta los confines de la tierra. Porque así le fue revelado, San Pablo comprende esta gran novedad: que también los gentiles, es decir, todos aquellos que no participan de la Alianza primera sellada por Dios con Abraham, son «coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» (2ª. lectura).

LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Creemos firmemente con la fe de la Iglesia que Santa María, por ser la madre de Cristo-Cabeza, lo es también de cada uno de los miembros de Su Cuerpo místico, que es la Iglesia. Por tanto, María en el orden espiritual es madre de todos los que por la fe se acercan a Cristo, es Madre nuestra.

Esta maternidad espiritual, cuyo principio se remonta al momento de la concepción virginal, fue hecha explícita por Cristo mismo al pronunciar su testamento espiritual desde la Cruz, en el momento en que refiriéndose a Juan dijo a su Madre: “Mujer, he allí a tu hijo”. Y a Juan: “he allí a tu madre” (ver Jn 19,25-27). La Iglesia ha afirmado siempre que las palabras de Cristo trascienden a la persona misma de Juan, y que en él estábamos representados todos los discípulos.

Esta maternidad espiritual la ejerce ya María cuando presenta a Cristo a unos humildes pastores, quienes avisados por un ángel se acercan con prontitud al portal a adorar al Niño que ha nacido. Posteriormente la ejerce también con la llegada de unos misteriosos personajes que atraídos por una singular estrella vienen desde muy lejos a adorar al Rey de Israel que ha nacido. Con la sorpresiva aparición de estos sabios de Oriente la reflexiva María, considerando todo a la luz de los designios divinos, comprende que su maternidad espiritual no se limita a los hijos e hijas de Israel, sino que se abre a todos los hombres y mujeres que con fe se acercan a su Hijo, así como a toda la humanidad se abre el Don de la Salvación que el Hijo de Dios ha venido a traer al mundo: es universal.

Hoy como ayer, María sigue ejerciendo activamente su maternidad espiritual sobre todos los que nos acercamos a su Hijo con fe. Madre que da a luz al Niño-Dios, Ella nos lo presenta y hace cercano también a nosotros, procurando por su intercesión y cuidado maternal que en nosotros la vida divina que hemos recibido el día de nuestro Bautismo crezca y se fortalezca cada vez más, hasta que también nosotros, cooperando activamente con el don y la gracia recibidas, alcancemos “la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13; ver Gál 2,20).

Por ello acudamos confiadamente a nuestra Madre. Miremos sin cesar el brillo de esta Estrella y poniéndonos en marcha cada día dejémonos guiar por Ella al encuentro pleno con su Hijo, el Señor Jesús, para adorarlo también nosotros y entregarle toda nuestra vida y corazón.

PADRES DE LA IGLESIA

«Hoy los magos encuentran llorando en la cuna al que buscaban resplandeciente en las estrellas. Hoy los magos contemplan claramente entre pañales al que larga y resignadamente buscaban en los astros, en la oscuridad de las señales.

Hoy los magos revuelven en su mente con profundo estupor lo que allí han visto: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo, el hombre en Dios, Dios en el hombre, y a aquel a quien no puede contener el universo encerrado en un pequeño cuerpecillo. Y, al verlo, lo aceptan sin discusión, como lo demuestran sus dones simbólicos: el incienso, con el que profesan su divinidad; el oro, expresión de la fe en su realeza; la mirra, como signo de su condición mortal.

Así los gentiles, que eran los últimos, llegan a ser los primeros, ya que la fe de los magos inaugura la creencia de toda la gentilidad».
San Pedro Crisólogo

«Levantémonos, siguiendo el ejemplo de los magos. Dejemos que el mundo se desconcierte; nosotros corramos hacia donde está el Niño. Que los reyes y los pueblos, que los crueles tiranos se esfuercen en barrarnos el camino, poco importa. No dejemos que se enfríe nuestro ardor. Venzamos todos los males que nos acechan. Si los magos no hubiesen visto al Niño no habrían podido escaparse de las amenazas del rey Herodes. Antes de poder contemplarlo, llenos de gozo, tuvieron que vencer el miedo, los peligros, las turbaciones. Después de adorar al Niño, la calma y la seguridad colmaron sus almas».
San Juan Crisóstomo

CATECISMO

528: La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos «magos» venidos de Oriente. En estos «magos», representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para «rendir homenaje al rey de los judíos» (Mt 2,2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David, al que será el rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La Epifanía manifiesta que «la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas» y adquiere la «israelitica dignitas» (la dignidad israelítica).

1171: El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua.